Mons. Castagna: “El púlpito es la cátedra para anunciar la Palabra de Dios”

Mons. Castagna: “El púlpito es la cátedra para anunciar la Palabra de Dios”

Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que el púlpito, desde la más remota antigüedad, es la cátedra para anunciar e interpretar la Palabra de Dios, mediante sermones, homilías y otras formas de la doctrina cristiana” y lo diferenció del atril, desde donde “jefes de Estado y otros exponentes de la política, dirigentes sociales y gremiales, se empeñan en formular sus diversas propuestas”. “La diferencia entre ambos es esencial, no accidental”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, aseguró que el púlpito, desde la más remota antigüedad, es la cátedra para anunciar e interpretar la Palabra de Dios, mediante sermones, homilías y otras formas de la doctrina cristiana”, y lo diferenció del atril que se ha popularizado como “sinónimo político” y es desde donde “jefes de Estado y otros exponentes de la política, dirigentes sociales y gremiales, se empeñan en formular sus diversas propuestas”.

“La diferencia entre ambos es esencial, no accidental”, advirtió en su sugerencia para la homilía dominical.

“El púlpito, término convencional en el que el ministro de la Palabra invita a la fe - la suscita, la ilustra y alimenta - está exclusivamente dedicado al anuncio de Cristo, que es la Palabra o Verbo encarnado”, subrayó, y aclaró: “Tampoco se puede asimilar a una cátedra universitaria de teología, a pesar del contenido doctrinal que los relaciona”.

“El texto evangélico de hoy no deja margen a duda. Cristo es la revelación de toda la Verdad que el mundo necesita para no andar a los tumbos, y para orientar acertadamente su itinerario histórico. Desde esta perspectiva debemos entender la enseñanza explícita del Señor: ‘Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’”, aseveró citando el evangelio de San Mateo.

Texto de la sugerencia

1.- La “Verdad” que el mundo necesita aprender y adoptar. Es admirable el acento conmovido que Jesús pone en esta oración: “En esa oportunidad, Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido”. (Mateo 11, 25-26) Estuve escuchando una información sobre dos grandes escritores y pensadores del siglo pasado - Sartre y Camus - y me ha asombrado la capacidad y debilidad que manifiestan al intuir e interpretar la realidad contrastante de aquel Siglo XX. La literatura les ofreció el instrumento más afinado para la búsqueda, a veces angustiosa, de la verdad. Pero, como de común acuerdo, poco o nada mencionan a Dios. El creyente posee a su favor la Palabra de Dios, o divina Revelación, para observar, desde la fe, la realidad complicada de la historia actual. Su búsqueda de la Verdad descansa en los aportes simples y transparentes de la predicación apostólica. Hemos insistido, en ocasiones diversas, en la grave responsabilidad de quienes ejercen ese ministerio. Pero, también, nos hemos referido a la ambientación social - cultural y espiritual - que requiere la exposición profética de la Palabra.

2.- Método pedagógico para recibirla. La “banalidad” que impera en la comunicación de noticias, y en sus variadas lecturas, crea un clima que afecta la cultura y el arte de nuestro tiempo. La predicación del Evangelio debe emplear el método bíblico de una pedagógica preparación. Es preciso diluir delicadamente la atmósfera frívola que parece envolverlo todo, como un ropaje hediondo y deshilachado. Gran desafío para los dedicados a la noble tarea de educar. “Pensar en serio la vida” es una urgencia de la hora, con la que hemos marcado irreflexiblemente nuestros cronómetros. No sé si resulta útil denunciar programas “periodísticos”, donde se mezclan inteligentes profesionales de los medios, con una caterva indescifrable de expresiones de humor, rayano en lo pornográfico, y las risotadas de sus alegres festejantes. Nuestro ambiente cultural necesita una inyección de salud y de buen gusto. Esa tarea educativa, que compromete a los institutos de educación y a los medios de comunicación, necesita ser promovida y resguardada por una legislación adecuada.

3.- Lugar del anuncio de la Palabra. El “púlpito”, desde la más remota antigüedad, es la cátedra para anunciar e interpretar la Palabra de Dios, mediante sermones, homilías y otras formas de la doctrina cristiana. Recientemente se popularizó un sinónimo político llamado “atril”. Desde este último, Jefes de Estado y otros exponentes de la política, dirigentes sociales y gremiales, se empeñan en formular sus diversas propuestas. La diferencia entre ambos es esencial, no accidental. El púlpito, término convencional en el que el Ministro de la Palabra invita a la fe - la suscita, la ilustra y alimenta - está exclusivamente dedicado al anuncio de Cristo, que es la Palabra o Verbo encarnado. Tampoco se puede asimilar a una cátedra universitaria de teología, a pesar del contenido doctrinal que los relaciona. El texto evangélico de hoy no deja margen a duda. Cristo es la revelación de toda la Verdad que el mundo necesita para no andar a los tumbos, y para orientar acertadamente su itinerario histórico. Desde esta perspectiva debemos entender la enseñanza explícita del Señor: “Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mateo 11, 27).

4.- El rol del testimonio apostólico. La situación en la que se encuentra la sociedad contemporánea, manifiesta su necesidad de aprender la Verdad, que la debe regir, sin pretender su invención como si no existiera ya. San Juan, en el prólogo de su Evangelio, lo afirma con innegable claridad: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1, 1). En su primera Carta, el mismo Apóstol asegura que el testimonio apostólico es fiel transmisor de la Verdad preexistente y necesaria al mundo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos” (1 Juan 1, 1). Por ello, ese testimonio, heredado por transmisión sacramental en la Iglesia, debe resonar por todos los medios, en el ejercicio de una libertad digna del mayor de los respetos, en la sociedad contemporánea. Existen maneras explícitas y sutiles de coartar esa libertad.+

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