Mons. Castagna: “Cristo el camino que conduce a la auténtica felicidad”
“Es su servicio excelente, para quienes buscan el propio camino hacia la verdad”, destacó en su sugerencia para la homilía para el tercer domingo de Pascua.
El prelado lamentó que a diario se compruebe “el anhelo existencial de llegar a la felicidad, por algún sendero que conduzca con seguridad a ella. No siempre se logra e inconscientemente se lo obstruye”.
“Cristo se ha declarado el Camino que conduce en la Verdad - que también lo identifica - a la Vida. Sólo así se logra la auténtica felicidad. Dios, en Cristo, se constituye en la felicidad de todo ser humano”, subrayó.
Monseñor Castagna advirtió que “la llamada ‘ingeniería’ política de nuestra sociedad ha excluido a Quien, lo sabemos por la fe, está entre nosotros, más íntimo de nosotros que nuestro espíritu”, por lo que consideró “urgente, para no perder nuevamente el rumbo, que esta verdad se exprese a nuestra conciencia personal y colectiva”.
“La presencia viva de Jesús, ‘hasta el final de los tiempos’, inspira, en sus principales discípulos, el método de la predicación, para que nadie deje de ser alcanzado por Él. Pero, hay obstáculos aparentemente insalvables, que forman un andamiaje siniestro, con el fin de armar un proyecto que no corresponde al de Dios”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Se ha iniciado el Tiempo pascual. Jesús resucitado se aparece a sus discípulos en distintas ocasiones. Se los ve desorientados, como habiendo perdido el rumbo. Pedro decide ir a pescar y sus hermanos Apóstoles lo acompañan. A medida que Jesús se les va manifestando recuperan el ánimo y el sendero, desdibujado a causa del escándalo ocasionado por la crueldad de la Pasión. El tiempo Pascual es un progreso ascendente hacia el conocimiento, por la fe, del Misterio de Cristo. En ocasiones, de breve duración, los principales discípulos viven la experiencia que tendrán que comunicar al mundo. En este texto se reproducen tres escenas significativas: la presencia de Jesús a orillas del mar de Tiberíades - sin que aquellos hombres advirtieran que fuera Él - el reconocimiento de Juan y la pesca milagrosa. El diálogo con Pedro y, su triple profesión de amor, forma parte destacada de estos encuentros de Jesús resucitado con sus mejores amigos. En todas esas escenas se establece, entre Jesús y sus discípulos, una relación personal animada por la fe. Así deberá ser siempre. Los cristianos necesitan aprender a creer como aquellos primeros discípulos. La responsabilidad que el Señor les confía - el día de la Ascensión - supone que su fe en la Resurrección es un aprendizaje continuo.2.- La Iglesia aprende a creer. Hoy es toda la Iglesia testigo acreditado de la Resurrección de Cristo. Para ello debe, como aquellos primeros discípulos, aprender a interpretar los signos que Jesús ha creado para manifestarse vivo, y causante de la Vida, en un mundo afectado por la muerte. Es su servicio excelente, para quienes buscan el propio camino hacia la verdad. Se comprueba a diario el anhelo existencial de llegar a la felicidad, por algún sendero que conduzca con seguridad a ella. No siempre se logra e inconscientemente se lo obstruye. Cristo se ha declarado el Camino que conduce en la Verdad - que también lo identifica - a la Vida. Sólo así se logra la auténtica felicidad. Dios, en Cristo, se constituye en la felicidad de todo ser humano. La llamada "ingeniería" política de nuestra sociedad ha excluido a Quien, lo sabemos por la fe, está entre nosotros, más íntimo de nosotros que nuestro espíritu. Es urgente, para no perder nuevamente el rumbo, que esta verdad se exprese a nuestra conciencia personal y colectiva. La presencia viva de Jesús, "hasta el final de los tiempos", inspira, en sus principales discípulos, el método de la predicación, para que nadie deje de ser alcanzado por Él. Pero, hay obstáculos aparentemente insalvables, que forman un andamiaje siniestro, con el fin de armar un proyecto que no corresponde al de Dios.
3.- Atentos a la Palabra. Estar atentos a la Palabra de Dios constituye nuestra principal tarea sobre la tierra. Malgastamos el tiempo, o lo perdemos, al desatender su mensaje. Se cumple la sentencia del mismo Maestro divino: "¿Qué te aprovecha ganar todo el mundo si pierdes tu vida?". En los labios de Cristo, que son los de su Iglesia, resuena ese llamado, único e inagotable. Todo momento es propicio para hacerlo oír. Los creyentes necesitamos el valor que los Apóstoles recibieron del Señor resucitado, a partir de su increible experiencia pascual. La Buena Noticia, expuesta al mundo, es inseparable del testimonio de aquellos discípulos, y de quienes han creído y creen en su palabra. No es la Palabra la que falla, cuando muchos cristianos manifiestan profundos baches en la percepción de la verdad evangélica, sino el débil testimonio de sus ministros y evangelizadores. Nos explicamos el empeño del Papa Francisco por acercar el Evangelio, con sus gestos y palabras, a todos los hombres, sin reparar en las enormes distancias que los mantienen extraños a la fe católica y a su práctica. El Papa San Juan Pablo II expresaba, con simple elocuencia: "El mundo necesita de los cristianos el testimonio de la santidad".
4.- El reencuentro con Pedro. Como corolario de esos encuentros con el Señor resucitado, el evangelista Juan relata el que señala como destinatario a Pedro. Breve escena que sigue dando qué hablar a exégetas y escritores espirituales. Ciertamente los diversos momentos que sucedieron a la Resurrección restablecen una relación cordial con el Maestro, interrumpida con ocasión de la crucifixión y muerte. El sufrimiento, la sensación de fracaso y la cobardía se apoderaron de aquellos dispersados discípulos. Jesús los reúne pacientemente, desde la Magdalena hasta Pedro. Con este último el encuentro reviste un significado particular. A pesar de su triple negación es confirmado como "Roca" de la Iglesia. No lo sanciona con una penitencia severa, ni le reclama la confesión pública de su pecado; la condición que le impone es insólita: su amistad. Al confirmarlo en su misión de representarlo como Pastor, lo examina en aquello que, en la tarde de la vida de todos, será único motivo de examen final, me refiero al amor: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? El le respondió: 'Si, Señor, tú sabes que te quiero'. Jesús le dijo: 'Apacienta mis corderos'". Lo reiterará dos veces más, hasta poner bajo su cuidado a toda la Iglesia. No son - la habilidad en el mando y la genial organización de la sociedad - las condiciones requeridas para desempeñar bien esa difícil representación sino el amor y la adhesión incondicional a su persona.+
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