Audiencia jubilar: “Hay más felicidad en dar que en recibir”, recordó el Papa

Audiencia jubilar: “Hay más felicidad en dar que en recibir”, recordó el Papa

El papa Francisco celebró este sábado una nueva audiencia jubilar en la Plaza de San Pedro ante miles de fieles y peregrinos el pontífice reflexionó, en esta ocasión, sobre la limosna como un aspecto esencial de la misericordia. “Puede parecer una cosa sencilla dar limosna, pero debemos estar atentos a no vaciar este gesto del gran contenido que posee”, advirtió el Papa y añadió: “La limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos, y, como nos exige el mismo Jesús, tiene que hacerse para que sólo Dios lo vea. Tengamos siempre presentes en nuestra vida las palabras del Señor: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir”

“Los invito a practicar la limosna como signo de misericordia y a no olvidar mirar a los ojos de quien les pide ayuda; así, Dios no les ocultará su rostro”, dijo Francisco a los peregrinos de lengua española.

El término “limosna”, deriva del griego y significa precisamente “misericordia”. De modo que la limosna debería llevar consigo toda la riqueza de la misericordia. Y dado que la misericordia tiene numerosos caminos y modalidades, del mismo modo la limosna se expresa de tantas maneras para aliviar el malestar de cuantos están necesitados, explicó el Santo Padre.

Asimismo el Papa lamentó que “mucha gente se justifica en no dar, porque dice: ‘Pero, ¿cómo será esto? Éste a quien yo daré, irá a comprar vino para emborracharse”, y añadió Francisco: “¡Pero si él se embriaga, es porque no tiene otro camino! Y tú, ¿qué cosa haces a escondidas, cuando nadie ve? Y tú, ¿eres juez de aquel pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino?”.

Finalmente precisó Francisco que “la caridad requiere una actitud de gozo interior. Un acto de misericordia no puede ser un peso del cual nos tenemos que liberar cuanto antes. El anciano Tobías, en el Antiguo Testamento, nos da una sabia lección sobre el valor de la limosna. Nos dice: ‘No apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de ti su rostro el Señor’ (Tb 4,8). Lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio.

Por último el Papa se dirigió a los padres para pedirles que “eduquen a sus hijos a dar limosna, a ser generosos con aquello que tienen”.

Catequesis del papa Francisco en la audiencia jubilar
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir un aspecto esencial de la misericordia: la limosna. Puede parecer una cosa sencilla dar limosna, pero debemos estar atentos a no vaciar este gesto del gran contenido que posee. En efecto, el término “limosna”, deriva del griego y significa precisamente “misericordia”.

La limosna, pues, debería traer consigo toda la riqueza de la misericordia. Y como la misericordia tiene mil caminos, mil modalidades, así la limosna se expresa en tantos modos, para aliviar la dificultad de cuantos se encuentran en necesidad.

El deber de la limosna es antiguo cuánto la Biblia. El sacrificio y la limosna eran dos deberes de los cuales una persona religiosa debía cumplir. Existen páginas importantes en el Antiguo Testamento, donde Dios exige una atención particular por los pobres que, de tanto en tanto, eran los que no poseían nada, los extranjeros, los huérfanos y las viudas.

Y en la Biblia este es un estribillo continuo: el necesitado, la viuda, el extranjero, el forastero, el huérfano. Es un estribillo. Porque Dios quiere que su pueblo mire a estos hermanos nuestros. Pero, yo diré que están al centro del mensaje: alabar a Dios con el sacrificio y alabar a Dios con la limosna. Junto a la obligación de recordarse de ellos, es dada también una indicación preciosa: «Cuando le des algo, lo harás de buena gana» (Deut 15,10). Esto significa que la caridad exige, sobre todo, una actitud de alegría interior. Ofrecer misericordia no puede ser un peso o un fastidio de la cual liberarse a prisa.

Y cuánta gente se justifica por dar, porque no da la limosna diciendo: “Pero, ¿Cómo será esto? Éste a quien yo daré, irá a comprar vino para emborracharse”. ¡Pero si él se embriaga, es porque no tiene otro camino! Y tú, ¿qué cosa haces a escondidas, cuando nadie ve? Y tú, ¿eres juez de aquel pobre hombre que te pide una moneda para un vaso de vino? Me gusta recordar el episodio del viejo Tobías que, después de haber recibido una gran suma de dinero, llamó a su hijo y lo instruyó con estas palabras: «A todos los que practican la justicia. Da la limosna de tus bienes y no lo hagas de mala gana. No apartes tu rostro del pobre y el Señor no apartará su rostro de ti» (Tob 4,7-8). Son palabras muy sabias que ayudan a entender el valor de la limosna.

Jesús, como escuchamos escuchado, nos dejó una enseñanza insustituible al respecto. Sobre todo, nos pide no dar limosna para ser alabados y admirados por los hombres por nuestra generosidad: “Haz de modo que tu mano derecha no sepa lo que hace tú izquierda”.

No es la apariencia la que cuenta, sino la capacidad de detenerse para mirar en la cara a la persona que pide ayuda. Cada uno de nosotros puede preguntarse: “¿Yo soy capaz de detenerme y mirar en la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda? ¿Soy capaz?

No debemos identificar, pues, la limosna con la simple moneda ofrecida a prisa, sin mirar a la persona y sin detenerse a hablar para comprender que cosa tienen verdaderamente necesidad. Al mismo tiempo, debemos distinguir entre los pobres y las diversas formas de mendicidad que no hacen justicia a los verdaderos pobres. En conclusión, la limosna es un gesto de amor que se dirige a cuantos encontramos; es un gesto de atención sincera a quien se acerca a nosotros y pide nuestra ayuda, hecho en el secreto donde solo Dios ve y comprende el valor del acto realizado. Pero, dar limosna también debe ser para nosotros una cosa que sea un sacrificio.

Yo recuerdo una mamá: tenía tres hijos; de seis, cinco y tres años, más o menos. Y siempre enseñaba a sus hijos que se debía dar limosna a aquellas personas que la pedían. Estaban almorzando; cada uno estaba comiendo un filete a la milanesa, como se dice en mi tierra, “apanado”. Y tocan a la puerta, el mayor va a abrir y regresa: “Mamá, hay un pobre que pide comer, ¿Qué hacemos?”. “¡Le damos – los tres – le damos!”. “Bien: toma la mitad de tu filete, tú toma la otra mitad, tú la otra mitad, y hacemos dos sándwiches”. “¡Ah no, mamá, no!”. “¿Ah, no?”, tú, da de lo tuyo. Tú da de aquello que te cuesta. Esto es involucrarse con el pobre. Yo me privo de algo mío para darte a ti. Y a los padres, atentos. Eduquen a sus hijos a dar limosna, a ser generosos con aquello que tienen.

Hagamos nuestras entonces las palabras del apóstol Pablo: «De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir”». (Hech 20,35; Cfr. 2 Cor 9,7). ¡Gracias!+

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