La mayor deuda de nuestra democracia sigue siendo la pobreza. Desde mediados de los noventa, cuando perforamos para arriba el 25% de pobres (¡una cuarta parte de los argentinos!), no hemos podido reducir la pobreza estructural. Razones hay para pensar que ésta se ha consolidado, comienza el obispo.
Tomando como referencia el Observatorio de la UCA y el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), el obispo explica que ambas instituciones están trabajando instrumentos de medición más integrales que el solo ingreso, pues la pobreza estructural tiene que ver con muchos otros factores, aclara. Esas mediciones cada vez más precisas y complejas nos ayudan en buena medida para calibrar la magnitud del desafío que enfrentamos como sociedad, añade.
Las variaciones ocasionales de la pobreza, como la reciente baja de cuatro puntos, son saludadas con prudente optimismo y tomadas con pinzas. Lo han hecho notar, desde ángulos muy diversos Juan Grabois y Roberto Cachanovsky, comenta, en referencia a artículos publicados en Infobae.
Como obispo no me acerco a este tema desde una competencia ni política ni económica. No poseo ni la una ni la otra. Ni de hecho y, menos aún, de derecho. No es mi oficio. Aunque pudiera poseer alguna competencia profesional al respecto, no podría proponerla como palabra de la Iglesia, hay libre discusión sobre estos temas, expone monseñor Buenanueva.
Sin embargo, destaca, sí es mi competencia poner de relieve la dimensión ética de la lucha contra la pobreza. En ese sentido, señala tres aspectos: En primer lugar, reducir la pobreza estructural de la Argentina es una tarea de envergadura que supone también enormes energías espirituales y una real pasión por el bien común, posponiendo el interés personal o de grupo, de manera igualmente radical. Supone virtud, por otro lado, se hace más aguda la necesidad de un diálogo amplio y perseverante de los distintos sujetos sociales implicados (ciudadanos, sociedad, organizaciones, partidos y gobierno).
Necesitamos consensos básicos más allá de los intereses particulares. Aquí también se requiere más virtud y menos ideología o pragmatismo. Por último, pero no en último lugar, cualquier proceso de lucha contra la pobreza ha de contar con la voz de los pobres como sujetos activos de su propio desarrollo.
Los discípulos de Jesús lo miramos a Él, escuchamos su Evangelio y nos dejamos interpelar por su llamada a la conversión y a la cercanía. Como el Buen Samaritano, concluye.+
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